01 diciembre 2007


narrar

Se vino el Calorcito. En 18 de Julio, calorzote. Se camina rápido, se camina mucho. El calor hace que las camisas se peguen a la espalda. Me recuerda a la horrorosa imagen de un sobaco mojado de profesor. En vez de caminar me gustaría nadar. Tirarme en una piscina. Subirme a un par de flota-flota y tomarme una limonada.
Putear a los niños que me salpiquen. Comer milanesa al pan y darme vuelta de pucho con el sol pegándome en el bocho. Olvido ese espejismo lejano y vuelvo a concentrarme en analizar los rostros patibularios que proyectan las calles de nuestro querido y maloliente downtown. Olor a tangerina. Olor a bosta de corcel malpuchereado. Me detengo en el tufo a bosta. A vuelo de pájaro analizo la estructura química de ese excremento. Es muy factible que el caballo haya comido productos de la línea Sudy Lever: Skip, Veto y sus derivados. Una vez escuché que algunos píchis sirven pasto agrio con bolsa de leche rayada. Pero nunca lo creí. Parece lógico que el centro huela así. El agujero en la capa de ozono hace que el sol caliente la bosta con tal poder, que el perfume a mierda se disemine por todos lados. Las eses se transforman en Kriptonita marrón. Sigo con mi caminata. Me detengo en 18 y Ejido. A mi derecha veo un carro tirado por un caballo viejo. Arriba de él, dos pobres tomando algo en una botella de sidra. La situación empeora. El caballo despliega un catalejo de un 1m de longitud y empieza a mear en la calle. El olor es insoportable. El color: mercurio. Me arden las narinas. Me siento mal, nauseabundo. Logro recuperarme y cruzar la calle. To make the matter worse, aparece casi al instante, un tonel de edad madura ofreciéndome números de lotería. Se acerca y ya puedo sentir su aliento a conejo. Es repulsivo. Insufrible. Conteniendo la respiración le digo que no me interesa. Que nunca tengo suerte para esas cosas.
Continúo, pongo voluntad y sigo adelante. En una esquina hay bolivianos tocando “Let it be” y "Titanic" con flauta de Pan. Estoy en 18 casi Roxlo. Me cruzo con una morocha espectacular, de pechos prominentes. 5 metros más adelante miro a la izquierda y veo muchas revistas argentinas. Porno carero, gentes, papparazzes y alguna que otra más guarra, tapada con bolsa negra. Pienso en sexo. Prosigo tratando de olvidar esos instintos que me acechan. 10 metros más adelante, en la esquina, un mal viviente me da un volante que dice “Glamour” “Promo 100”. ¡La reputa que lo parió, no dan tregua! (reflexiono). Doblo a la derecha y voy. Cuando salgo me siento miserable. Afirmo la idea de que el centro es un lugar con una cierta aura maquiavélica, promiscua y ruin. No obstante, sigo deambulando. Un plancha me intenta hablar pero estoy con los audífonos puestos. Por las dudas le digo “no tengo”. Lo dejo atrás. Me encuentro con una imagen realmente inaudita. Una madre con la típica geta yorugua-charrua, panza gigante, revolviendo la basura. Un bombo que albergaría a un Yeti. Al lado de ella su bebe, jugando con un tarro de champú al rayo del sol. Un sol ponzoñoso de mediodía. Un tarro de champú que podría oficiar de Barbie. Mundo delirio. Trato de continuar y dejar esas reflexiones para la noche. Sigo avanti. Ahora es el turno de encontrarme con un punk. Pasa caminando con unos auriculares gigantes, haciendo gestos de percusión y placer musical. Surge la disyuntiva sobre que es peor, tener un hijo Punk o tener un hijo italiano-down. Dejo la respuesta pendiente. Prosigo. Me subo a un taxi. El taxista me habla de mujeres. Calor = escotes = hablar mucho de minas. Básicamente me dice que anda todo el día con la verga parada y que cuando llega a la casa no le queda otra que hacerle tremendo service a la “patrona”, pensando en las clientas que transportó. Entonces arribo al Registro Civil. Penoso lugar. Atendido por una horda de vetustez execrable. Completamente enferma de la dolencia que más afecta a nuestro aparato burocrático: la inutilidad crónica. Solamente escucharlas hablar con su tono displicente hace que me brote un odio incomparable. Un desprecio sin igual hacia las viejas informáticamente ignorantes. Estúpidas. Incompetentes para el sencillísimo puesto que ocupan. A veces me dan ganas de dar la vuelta al mostrador y estrellarles la cara contra el teclado. Una y otra vez al son de “ENTIENDE COMO SE HACE ABUELA”. Pero no. Siempre logro contenerme y me limito al insulto y la ignominia. Al mero oprobio hacia alguien que es evidentemente inferior. Me vuelvo a concentrar en el ecosistema Registro Cívico. Puedo escuchar el retro-ruido a máquinas de escribir. Puedo sentir el calor. Mucha gente esperando. Atrás de los mostradores viejas plagadas de puntos negros en el nazo. Siempre me llamó la atención la actitud de los empleados que trabaja en este tipo de oficinas. Debe ser difícil atender a personas que están en un lugar que realmente no querrían estar. Es lo opuesto a ser camarero. El humano detesta la espera banal. En cambio si, le motiva esperar cuando la dicha es buena. En este caso, las partidas de nacimiento no son una espera que produzca expectativas. Retiro las tontas partidas y me fugo de la garrapata burocrática. Regreso a casa, de nuevo a salvo.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

precioso botija. muy disfrutable lectura. demuestra interes por la materia. siga asi

Anónimo dijo...

muy bien narrado, pero me parece q te salteaste una calle, capaz estabas en pedo y se te olvido contar lo q paso en yaguaron.
igual, es mejor asi

pala dijo...

que pasó en yaguarón m'jo? coger, chupar m'jo? eh? eso insinúa m'jo? está con la idea fija siempre m'jo? pepa-pito-whisky m'jo? eh m'jo?

Anónimo dijo...

tienes un buen desempeño al narrar , queda claro que eres un chico con mucha creatividad.
cuide faltas de ortografia , siga asi
10 para arriva

pala dijo...

muchas garcias por el dies

Anónimo dijo...

El odio trasmitido hacia tu trabajo me hace acordar a una lectura: "EL cartero" de Bukowski. Se denota que de todas formas lo disfrutas.
El cartero = El cadete
Muy bueno, podrías escribir un libro.